El primer amor
Tanto para el hombre como para la mujer, esta es una etapa altamente cursi y melosa: van y vienen chicles tutti frutti, osos de peluche, Beldents de menta y escapadas de la puerta del colegio. Gastan una fortuna en teléfono, ya que a esa edad parece afectarles una rara enfermedad, la de no poder cortar la comunicación. Se pasan la pelota, cuentan hasta tres, juran y perjuran cortar y siguen ocupando la línea como dos pelotudos, mientras la abuela, descompensada, está tratando de llamar a la emergencia del PAMI, que de por sí ya iba a tardar bastante. Sienten la extrema necesidad de tocarse entre ellos, pero no saben bien dónde. Entonces, viven frotándose y besándose con la boca abierta pero sin lengua en un principio, luego con más candor, y posteriormente se engarzan en lo que se conoce comúnmente como “Hockey
Sub16 de Amígdalas”.
Tocar una teta es un posgrado, mandar mano en el papo es como sacarse el gordo de navidad y si la chica toca ganso, es porque es ciega y se equivocó de manija. La carga de la virginidad es muy pesada a esta edad, y ellas todavía creen en Papá Noel, el Hombre de la Bolsa y que los chicos nacen del ombligo. Menudo susto se van a llevar cuando el pibe la quiera meter donde corresponda.
Pasado el momento en que se frotaron toda parte del cuerpo, que conocen de memoria cada caries de sus adolescentes bocas, que no hay paja en el baño que ayude, se plantea la variable más coherente a
seguir: el Pete.
En la gran mayoría de los casos, seguido del Pete viene la primera vez de ambos (véase apartado “La primera volteada”).
La primera volteada
La situación es inminente. Están más calientes que El Flaco Traverso cuando lo sacaron de la pista, más ansiosos que cura con monaguillo nuevo, más babeantes que lesbiana en pescadería; pero siguen teniendo varias complicaciones. En principio, conseguir lugar y forro. Si hay hermanos más grandes y copados, se hace fácil. Te regalan una caja entera, de la cual te queda sólo uno para la gran ocasión, porque los otros los rompiste tratando de probártelos en el pito; y arreglan unas minivacaciones parentales para que te quede la casa tranquila. Si no tenés hermanos mayores, andá poniéndote en adopción porque si no todo se hace cuesta arriba.
Llegado el momento, el pibe tiene a Rocco grabado a fuego en la mente.
Sabe cada movimiento como una bailarina, y no puede esperar a ponerlos en práctica. La chica, por el otro lado, tiene un cagazo padre y no abre las gambas ni que le metas cricket. Van a pasar dos o tres veces hasta que se relaje y finalmente puedas ponerla. Eso, sin contar que todavía no aprendiste a ponerte el forro, boludón, y que ella no es una actriz porno, con lo cual andá olvidando la idea de tirarle los pibes crudos en la cara. Además, francamente, después de soportar esos petes inexpertos, rogando para que deje de masticártela y dejártela como un rallador, no te quedan ganas de jugar al pornostar. Si pasan esta primera prueba, probablemente vivan lo que se conoce como…
El noviazgo eterno
Se ponen de novios a los trece. Te los cruzás a los dieciocho y siguen en la misma nebulosa romanticona. Fueron la primera y única relación sexual del otro, con lo cual el pibe cree que todas las minas tienen olor a pescado y la chica cree que 14 centímetros “parada” es grande.
Ya practicaron hasta el hartazgo las dos posiciones que conocen; ya fueron a cuanto parque, plaza, excursión a quinta o a la costa de fin de semana existe; vieron todas las comedias románticas inalquilables de Blockbuster; las madres se conocen entre sí y se meten siempre cuando hay crisis de pareja; los padres charlan de pesca, habanos y vinos, y todavía ven con mala cara que la chica se quede a dormir en el mismo cuarto; atraviesan interminables asados, cenas, cumpleaños de sus respectivas tías Noras y vacaciones costeras; los amigos y amigas de la pareja los abandonaron por colgados y castrados hace mucho tiempo. Los ves y parece que ya tienen cuarenta años, una hipoteca y una deuda pesificada encima, perdieron su juventud marchitándose al lado de la misma persona, como si no hubieran sacado el cálculo de que todavía les queda mucha gente por conocer. Pero hey, es amor del bueno.
posadas_fans@hotmail.com (el texto no fue escrito por mi)
Tanto para el hombre como para la mujer, esta es una etapa altamente cursi y melosa: van y vienen chicles tutti frutti, osos de peluche, Beldents de menta y escapadas de la puerta del colegio. Gastan una fortuna en teléfono, ya que a esa edad parece afectarles una rara enfermedad, la de no poder cortar la comunicación. Se pasan la pelota, cuentan hasta tres, juran y perjuran cortar y siguen ocupando la línea como dos pelotudos, mientras la abuela, descompensada, está tratando de llamar a la emergencia del PAMI, que de por sí ya iba a tardar bastante. Sienten la extrema necesidad de tocarse entre ellos, pero no saben bien dónde. Entonces, viven frotándose y besándose con la boca abierta pero sin lengua en un principio, luego con más candor, y posteriormente se engarzan en lo que se conoce comúnmente como “Hockey
Sub16 de Amígdalas”.
Tocar una teta es un posgrado, mandar mano en el papo es como sacarse el gordo de navidad y si la chica toca ganso, es porque es ciega y se equivocó de manija. La carga de la virginidad es muy pesada a esta edad, y ellas todavía creen en Papá Noel, el Hombre de la Bolsa y que los chicos nacen del ombligo. Menudo susto se van a llevar cuando el pibe la quiera meter donde corresponda.
Pasado el momento en que se frotaron toda parte del cuerpo, que conocen de memoria cada caries de sus adolescentes bocas, que no hay paja en el baño que ayude, se plantea la variable más coherente a
seguir: el Pete.
En la gran mayoría de los casos, seguido del Pete viene la primera vez de ambos (véase apartado “La primera volteada”).
La primera volteada
La situación es inminente. Están más calientes que El Flaco Traverso cuando lo sacaron de la pista, más ansiosos que cura con monaguillo nuevo, más babeantes que lesbiana en pescadería; pero siguen teniendo varias complicaciones. En principio, conseguir lugar y forro. Si hay hermanos más grandes y copados, se hace fácil. Te regalan una caja entera, de la cual te queda sólo uno para la gran ocasión, porque los otros los rompiste tratando de probártelos en el pito; y arreglan unas minivacaciones parentales para que te quede la casa tranquila. Si no tenés hermanos mayores, andá poniéndote en adopción porque si no todo se hace cuesta arriba.
Llegado el momento, el pibe tiene a Rocco grabado a fuego en la mente.
Sabe cada movimiento como una bailarina, y no puede esperar a ponerlos en práctica. La chica, por el otro lado, tiene un cagazo padre y no abre las gambas ni que le metas cricket. Van a pasar dos o tres veces hasta que se relaje y finalmente puedas ponerla. Eso, sin contar que todavía no aprendiste a ponerte el forro, boludón, y que ella no es una actriz porno, con lo cual andá olvidando la idea de tirarle los pibes crudos en la cara. Además, francamente, después de soportar esos petes inexpertos, rogando para que deje de masticártela y dejártela como un rallador, no te quedan ganas de jugar al pornostar. Si pasan esta primera prueba, probablemente vivan lo que se conoce como…
El noviazgo eterno
Se ponen de novios a los trece. Te los cruzás a los dieciocho y siguen en la misma nebulosa romanticona. Fueron la primera y única relación sexual del otro, con lo cual el pibe cree que todas las minas tienen olor a pescado y la chica cree que 14 centímetros “parada” es grande.
Ya practicaron hasta el hartazgo las dos posiciones que conocen; ya fueron a cuanto parque, plaza, excursión a quinta o a la costa de fin de semana existe; vieron todas las comedias románticas inalquilables de Blockbuster; las madres se conocen entre sí y se meten siempre cuando hay crisis de pareja; los padres charlan de pesca, habanos y vinos, y todavía ven con mala cara que la chica se quede a dormir en el mismo cuarto; atraviesan interminables asados, cenas, cumpleaños de sus respectivas tías Noras y vacaciones costeras; los amigos y amigas de la pareja los abandonaron por colgados y castrados hace mucho tiempo. Los ves y parece que ya tienen cuarenta años, una hipoteca y una deuda pesificada encima, perdieron su juventud marchitándose al lado de la misma persona, como si no hubieran sacado el cálculo de que todavía les queda mucha gente por conocer. Pero hey, es amor del bueno.
posadas_fans@hotmail.com (el texto no fue escrito por mi)
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Monologos escritos